Pukkas le muestra un nuevo ejercicio de escritura a su maestro, el Tío Marce, quien reconoce los avances y le da nuevos consejos literarios.
Por Marcelo di Marco (*)
A la hora en que la hija de la mañana, la aurora de rosados dedos, relumbraba en el lanudo y albinegro lomo de Zeta, la fiel cánida de Graciela, despertábase Pukkas, el sufrido discípulo de Tío Marce. Pukkas se levantó de la cama, se duchó, se vistió, colgó del hombro la mochila con su notebook dentro, y semejante a un dios salió del cuarto y encaminose a desgastar con las suelas de sus borcegos el umbral de la casa de su personal trainer literario.
—¿Puedo mostrarle el ejercicio que escribí en esta quincena, maestro? —propúsole, una vez instalado en su pupitre—. Me parece que también esta vez pude exprimir la naranja que usted tenía guardada en su MacBook.
—Adelante, Pukkas, todo sea por seguir mostrándoles a nuestros lectores que hacer literatura significa convertir en belleza un simple dato.
—¿Le parece que hacer literatura significa solamente eso, maestro?
—No empieces a torearme desde tan temprano, Pukkitas, que encima hoy es el último día de este año tan ajetreado. Hacer literatura significa mucho más, por supuesto, y ya venimos desplegando toda esa complejidad, entrega por entrega. Pero el concepto que acabo de decirte es, básicamente, el cimiento de todo el edificio. Y funciona tanto en la escritura de ficción como en una simple publicidad. Si querés vender una moto, pongamos por caso, vos podés decirle al futuro comprador: “Vendo motocicleta de calidad, andando correctamente”; pero también podés mostrarle una foto de tu moto corriendo a toda velocidad con vos montado en ella, y a esa imagen le superponés estas palabras: “Ser dueño del sol y del viento”.
—Guauuu, qué buena imagen. Supongo que tendré más posibilidades de vender mi moto, si opto por la segunda estrategia de venta. ¿A quién no le gustaría ser dueño del sol y del viento?
—Y conste que esa especie de haiku fue aplicada a una publicidad de verdad, Pukkas. De la firma Honda, para más datos. Me quedó tan grabada cuando la leí, ya hace mil años, que la incluí en una de las primeras notas de “Hacer el verso”. Hay frases que pegan y otras que pasan de largo. Pero, si pegan, ponele la firma que detrás de su éxito se agazapa el bacilo de la literatura.
—¿Por qué asocia la literatura con un bacilo, maestro? ¿Se me ha vuelto de golpe un poeta maldito, recordando su participación en la revista Xul y en el ciclo Lengua Sucia, allá por la prehistoria?
—¡Hay bacilos buenos, Pukkas, y la…! Ese yogur que veo asomarse por el bolsillo de tu mochila dependió de la acción de un lactobacilo, para que sepas. Tenemos las tripas llenas de lactobacilos, si vamos al caso. ¡Y vos me tenés llenas otras cosas, así que agarrá tu mochila y tomatelás!
—No se enoje, maestro, que además del yogur me traje una botella de sidra para brindar con usted por el Año Nuevo.
—Y entonces qué esperás para dármela, chulángano, así la meto en el congelador. Y tratá de decir algo inteligente que contribuya a restablecer mi esperanza de sacarte bueno, o que por lo menos calme mi ira. Y gracias por la sidra, reconozcamos.
—Lo intentaré, maestro, recordando lo de la publicidad de que hablábamos recién. A ver si voy bien por acá: cada vez me convenzo más de que es muy cierto aquello que usted plantea en el principio de su definición de literatura; me sé de memoria ese comienzo: “Un escrito alcanza rango de literatura”, etcétera. Y también estoy cada vez más convencido de que es muy necesario concentrar nuestros esfuerzos en alcanzar ese rango.
—Exacto, Pukkitas, acabás de ganarte varios porotos por bajarme el calentómetro. Tal como lo venimos demostrando en estas primeras columnas, la literatura es un bien jerárquico que se alcanza. Ahora mostrame.
—Qué cosa. ¿La sidra? Si recién se la di para que la ponga en el freezer, maestro. ¿Ya se olvidó? Conozco un gerontólogo que…
—… ¡hablo de tu texto, pedazo de ñiquiñaque! Quiero ver qué demonios hiciste con la pavada esa de “Si te venís unos días a casa, lo vamos a pasar maravillosamente”.
—Le mandé el archivo por WhatsApp esta mañana, maestro. Y no es tan pavada.
—¿Qué cosa?
—Lo de “Si te venís unos días a casa, lo vamos a pasar maravillosamente”. Tenga en cuenta que a la gran mayoría de la gente le cuesta redactar eso, por más fácil que a usted le parezca. Unos primos míos, por ejemplo, ya están terminando la secundaria, y a pesar de que se sacan buenas notas les cuesta poner sus ideas por escrito. Y no solamente a ellos. Leo a gente más joven que yo, y también a muchos amigos de mi edad, o más grandes, y casi siempre tengo que releerlos para ver qué quisieron decir. Y no hablo de cómo escriben en las redes, sino de las notas que toman en sus estudios y de las cosas que les mandan a escribir los profes. Incluso a veces los profes mismos escriben con los codos. Hay muchas consignas que les dan a mis primos, por escrito, que ni yo las entiendo. Y no digo esto porque yo sea un exquisito ni mucho menos: simplemente, no entiendo lo que leo hasta en los diarios. El otro día me acordé de un programa de su canal, en donde analizaba disparates interpretativos relacionados con cierto titular de un periódico: “Madrid: matan a embarazada en una iglesia y salvan al bebé”. Así decía el titular. Imposible de entender, y estamos hablando de gente a la que le pagan por escribir.
—Lamentablemente, tenés mucha razón en todo lo que estás diciendo, Pukkitas, y no me conviene ponerme a pensar en las causas de la catástrofe, porque hoy quiero terminar el año más o menos en paz, como ya te dije. Pero es cierto: salvo contados casos, a la gente parece no importarle si lo que escriben expresa lo que realmente quisieron expresar. Y si a eso le sumamos la idea de que un buen estilo es señal de una cabeza clara, tal vez comprendamos mejor por qué votamos a quienes votamos. Pero bueno, recién repetí por enésima vez que no quiero hacerme mala sangre, así que vamos a abrir tu texto en mi Mac. Ya hablaremos del tema, y daré posibles soluciones. Mirá, acá lo tengo. Te leo:
Si te venís unos días a casa vas a estar encantada que caminemos juntos por la orilla del mar, aunque todavía haga frío. Con lo que sé que te gusta el invierno, el frío es un atractivo más. Te conté alguna vez que soy un experto en descifrar los mensajes que las olas van trazando en la arena? Y los atardeceres acá con el sol abriéndose camino para morir entre las hojas y las chimeneas y los altillos de las casas se vuelven sinfonías de colores. Nunca te animaste a pintar? Podemos probar a pintar acuarelas como de chicos. Ya lo vas a ver cuando te animes a darte una vuelta por la costa que hace mil que no venís. Te acordás de las veces que barrenamos las olas y de nuestras caminatas por el bosque? También podemos leer poesía y a lo mejor hasta tratar de escribirla. Si te apurás en venir todavía quedan noches en que podemos prender un par de leños en el hogar y leer y escribir bajo la claridad del fuego entonados por copas de Baileys. Sigue siendo tu licor favorito? No sabés las veces que recuerdo cuando lo conocimos, gracias al barman de ese hotel de Ronda. Además conocí un restorán de acá que preparan la mejor tortilla a la española que hayas probado en tu vida. Vas a venir?
—¿Qué opina, maestro?
—Debo decir que no te ha ido muy mal sacándole el jugo a esa naranja, Pukkas. Al margen de alguna puntuación que necesitaría mejorarse, y de alguna imprecisión. Y de la falta de los signos de interrogación.
—¡Los puse, maestro, los puse!
—Los pusiste en el final, pero no en la apertura de las oraciones. Lo cual revela una cabeza de alto colonizado: ¡así usan los signos de interrogación y de exclamación los ingleses y los yanquis, pichón de cipayón!
—No se enoje de nuevo, Tío Marce, ya me corregiré. Y celebre conmigo, porque antes de mostrarle a usted esto, se me ocurrió subirlo a insta. Lo mandé sin ninguna aclaración de que era un ejercicio narrativo ni nada.
—¿Y eso es algo para celebrar?
—Lo que es para celebrar es la cantidad de chicas que me mandaron mensajitos, con ganas de que las invite a la costa. ¡Funcionó, maestro, mil gracias!
—¡Qué gran delincuente resultaste! Hablando de celebrar, lo invito a Jorge Estefanía, maestro ilustrador, a que levante su copa junto a nosotros para desearles a nuestros queridos lectores un radiante y creativo 2024. Estas columnas no serían lo mismo sin su excelente trabajo, Pukkitas. Y además Jorge es uno de esos artistas que puede decirlo a coro con nosotros porque lo sabe perfectamente: “Con tener talento…
—… “no te alcanza”.
Marcelo di Marco.
(*) En 1997, Marcelo di Marco (www.tcyc.com.ar) revolucionó la enseñanza de la escritura creativa al publicar Taller de Corte y Corrección. Vigente desde hace más de un cuarto de siglo, la más reciente edición de esta guía para la creación literaria data de 2022: a finales de junio entró en la Colección Best Seller del sello Debolsillo (Penguin Random House), y se agotó en menos de dos meses.
Jorge Estefanía, quien nació en Otamendi y vive en Mar del Plata, es dibujante, caricaturista, escritor, bajista y profesor de Educación Física. En 2022, publicó por Gogol Ediciones “La luz que cayó del monte”, libro de cuentos basados en la obra de H. P. Lovecraft.